Beatriz Jiménez Castellanos | 24 de abril de 2021
Carlos Pujol define la literatura, sobre todo, como actividad recreativa. El lector tiene que pasarlo bien y quien escribe debe rechazar la idea vanidosa de creerse poseedor de una habilidad divina.
Ante mi queja sobre cómo me habían afeado no prestar atención al fondo de una novela muy recomendada que yo, a la vista de una prosa pobre y un enorme aburrimiento, había abandonado pronto, mi amiga Olga citó a Carlos Pujol, «aburrir al lector es síntoma de impotencia literaria», y me recomendó Cuadernos de escritura (2009), una recopilación de aforismos y artículos en torno al oficio de escritor.
Me asomé así al universo de un gran hombre de letras de nuestro tiempo -crítico literario, traductor, profesor universitario, ensayista, novelista, poeta-. Andreu Jaume, Trapiello, L. Bonet, Jordi Gràcia, J.M. Pozuelo, Valentí Puig, García-Máiquez y otros coinciden al describirlo: afán por hacer las cosas de la mejor forma posible sin buscar el reconocimiento, una total disponibilidad para atender y aconsejar, y un trabajo silencioso e inmenso. Su estilo, cuidado; su tono, justo y sencillo; su cultura, vastísima. El comentario que despierta su labor ensayística se entremezcla con el de su obra y con el de su forma de estar en el mundo: una persona íntegra.
Cuadernos de escritura
Carlos Pujol
Editorial Pre-Textos
152 págs.
15€
Cuadernos… está empapado de una ironía que lo salva de cualquier amago de pedantería; no pretende aleccionar, sino buscar la complicidad de los compañeros de oficio o de aquellos que aspiran a serlo. Hay en ellos escuela, consuelo y grito de guerra.
Carlos Pujol define la literatura, sobre todo como actividad recreativa. El lector tiene que pasarlo bien y quien escribe debe rechazar la idea vanidosa de creerse poseedor de una habilidad divina y saber que -Pujol parafrasea a Baroja– lo importante es pasar el rato. Desconfía de la literatura de mensaje en la que a menudo se excusa la falta de talento con aquello que se quiere transmitir, como si el fondo pudiera sustituir a la forma:
Abundan las personas de buena fe que creen haber vivido una experiencia capital y que consideran que por esta causa disponen de un gran asunto de novela. ¡Si supiera escribir!, dicen lamentando y reconociendo su incapacidad. […] ¡Qué gran artista se pierde el mundo! Si supiesen escribir, claro, pero una novela consiste precisamente en eso.
Por otra parte, el yo tiene que estar en la obra de puntillas, sin darse demasiada importancia: «En literatura el narcicismo da malos frutos. Mirarse demasiado al espejo hace perder el mundo de vista». Otro tipo de novela que reprueba es la que presenta un ambiente rosa purpurina, donde el mal no tiene cabida. Realidad e imaginación, vida y literatura, se iluminan entre sí. Tan pesado termina resultando el autor ególatra como el que pretende presentar una historia llena de luces y sin ninguna sombra. Para él, el Bien y la crueldad son las dos piezas clave de cualquier obra: no en vano, es esta la dualidad más evidente en el ser humano.
Pujol criticaba la literatura de carácter ideológico o doctrinario, porque le interesaba la literatura en estado puro. Sin embargo, abominaba del oportunismo y defendía que uno ha de tener la libertad de escribir sin sentir la presión del qué dirán. Por tanto, es probable que en la obra se trasluzca la realidad del escritor. «Nunca me ha gustado hacer una literatura confesional porque la novela y la poesía son para todo el mundo. Pero no descartar a nadie empieza por no descartarse a uno mismo [por católico]», le dice a Peyró, como cuenta en Ya sentarás cabeza.
La palabra escrita tiene que ser insinuante, indirecta; que sugiera, que no peque de categórica, con espacios libres. Por eso el proceso creativo se aleja de una actividad meramente racional. La sencillez es una constante en sus consejos. Aborrece la pomposidad, el llenar las líneas con estructuras complicadas. Sencillez que no es simpleza: hay que tratar al lector con respeto.
Tarde o temprano cambiará esa boba indiferencia hacia la literatura de un hombre de letras en el sentido integral de la palabraJordi Gràcia sobre Carlos Pujol
El buen escritor, según Carlos Pujol, lo será a pesar de todo. «[Los escritores] se quejan de los lectores, que no les leen, de los editores, que no les editan (y cuando lo hacen pagan mal) […], de los críticos, que no saben apreciar sus excelencias, de los jurados, que no les dan premios. […] se quejan de los colegas, que siempre tienen mucha más suerte […]. Solo hay una cosa de la que nunca se quejan: de no tener talento».
El artista no debe perseguir la fama si eso significa venderse. Pujol hace hincapié en varias ocasiones en lo efímero que resulta a veces el éxito de un autor malo; en lo importante que es continuar trabajando, lleguen los aplausos enseguida o no. La calidad por encima del triunfo. Invita al que siente la necesidad de atacar el folio en blanco, a atacarlo, porque, aunque toda obra artística es prescindible, también es una forma de integridad personal -uno tiene el tácito deber de seguir su vocación- y los frutos pueden ser enormes: «Cervantes, Shakespeare o Dostoievski han cambiado más cosas y cosas más profundas no solo en sus países respectivos, sino en el mundo entero, que todos los ministros y reyes españoles, ingleses y rusos».
Al cumplirse cinco años de su muerte, Jordi Gràcia escribía que Pujol seguía siendo persona olvidada y sentenciaba: «Tarde o temprano cambiará esa boba indiferencia hacia la literatura de un hombre de letras en el sentido integral de la palabra, con vocaciones tardías y sucesivas por la novela y la poesía y una dedicación constante al ensayo cultural y la traducción literaria». Que así sea y que de su legado pueda beneficiarse cada vez más gente.
La Divina Comedia tiene una estructura narrativa excepcional, tan buena que casi podríamos decir que es arquetípica. Comienza con una catábasis o viaje al inframundo y continúa con la ascética subida a la montaña del Purgatorio, para terminar saltando al glorioso Paraíso.
Ante una obra tan fiel al lenguaje auténtico como The Waste Land, el mérito del riguroso trabajo de Sanz Irles debe reconocerse, sobre todo, en que ha conseguido hacer coincidir la fidelidad y la libertad que este mismo reclamaba.